sábado, 10 de junio de 2017

Capítulo 5: ¿Son posibles los viajes interestelares?

Capítulo 5

¿Son posibles los viajes interestelares?



 Como dijo el físico ruso Konstantin Tsiolkovsky, el planeta Tierra es la cuna de la humanidad, pero no podemos vivir para siempre en la cuna. Somos los primeros seres vivos sobre este mundo capaces de romper las cadenas de la gravedad y poder viajar a voluntad por el espacio exterior, llevando la prometéica chispa de la vida allá donde queramos... o podamos.

 No sin dificultad, durante las últimas décadas hemos ido fabricando emisarios robot y enviándolos a explorar el Sistema Solar. Nuestro sistema alberga muchas maravillas, la mayor parte de las cuales aún apenas hemos empezado a atisbar, y puede que incluso planetas o lunas en los que podrían haber evolucionado formas microscópicas de vida (en circunstancias extremas pero en teoría posibles). No obstante, no nos ofrece ningún segundo hogar al que poder huir si algún día la Tierra se vuelve inhabitable para nosotros, algo que estamos empeñados en intentar conseguir quemando combustibles fósiles, arrasando los bosques y contaminando el medio ambiente entre otras barbaridades...

 Marte es el lugar más hospitalario de todos los que hemos explorado hasta el momento, pero aún así se trata de un mundo con una tenue atmósfera 100 veces menos densa que la terrestre y formada casi enteramente por dióxido de carbono, cuya superficie sufre el bombardeo constante de la radiacción solar y los rayos cósmicos al carecer de un campo magnético y una capa de ozono protectores, y con una temperatura media de -47º C. No está muy claro si algún lejano día podríamos llegar a terraformarlo, pero el tiempo, la energía, la tecnología y los recursos para ello de momento se escapan a nuestra imaginación. 

 
 "Selfie" del rover Curiosity, el rover enviado por la NASA a Marte y que aún sigue rodando e investigando por allí, alimentado por una pequeña batería nuclear. Fuente.


  Bien, ¿y qué hay más allá de nuestro sistema solar?

 En el momento de escribir este artículo, se han descubierto 2.704 sistemas planetarios orbitando otras estrellas, entre los cuales suman un total de 3.610 planetas (fuente). Y eso que apenas llevamos dos décadas buscando y solo en las cercanías de nuestra enorme galaxia. No obstante, antes de que al lector se le hagan los ojos chirivitas, le diré que la mayor parte de esos mundos son lugares aberrantes absolutamente incompatibles con cualquier tipo de vida que podamos concebir. Aún así, de entre todos ellos se han detectado al menos 13 planetas potencialmente habitables, aunque según donde llegue nuestro optimismo se puede estirar la lista hasta casi una treintena (para más información, pueden visitar la pagina del PHL). 

 
 Lista de los 13 exoplanetas potencialmente habitables más prometedores, ordenados según su proximidad a la Tierra en años luz, según el Laboratorio de Habitabilidad Planetaria. Fuente.


 Sorprendentemente, en la estrella más cercana, Proxima Centauri, a unos 4 años luz de distancia, se encuentra uno de esos trece mundos que definíamos como habitables desde un punto de vista conservador. El nombre provisional que se le ha dado es Proxima Centauri b, aunque supongo que el primero que pise su superficie se ganará el derecho a darle un nombre un poco más original. Por cierto, allí pesaríamos un poco más que de costumbre ya que su masa es aproximadamente 1,3 veces la de la Tierra (durante el viaje sería conveniente adelgazar un poco).

 Proxima Centauri b es un planeta con tres soles, ya que en realidad la estrella alrededor de la cual gira, una enana roja, pertenece a un sistema triple, orbitando a cierta distancia de una pareja estelar formada por dos astros relativamente similares a nuestro Sol (Alpha Centauri A y B, fácilmente visibles en el cielo nocturno) que danzan en un baile mucho más pegado. Si Proxima Centauri b se halla en la zona de habitabilidad, siendo su estrella una enana roja y por lo tanto mucho más débil que el Sol (hasta el punto de que no podemos verla a simple vista), es porque se halla muy cerca, lo suficiente como para que su superficie pueda albergar una gama de temperaturas que permitan la presencia de agua líquida. Fruto de esta proximidad, completa una órbita en apenas 11 días, estando 20 veces más cerca de su estrella que la Tierra del Sol, la cual luce en su cielo con tres veces el tamaño aparente con el que nosotros observamos a nuestro astro rey. Así que más vale que Proxima Centauri b posea un campo magnético y una atmósfera decente que le proteja de todos los escupitajos estelares a los que estará expuesto dada su gran cercanía a su estrella. Además, es muy posible que sufra un anclaje por marea, igual que la Luna con la Tierra, de modo que en una cara del planeta siempre sea de día y en otra siempre de noche. Las consecuencias de esto se las puede imaginar el lector; quizá la única zona habitable fuera la eterna franja crepuscular del planeta.


 Concepción artística de un amanecer en la superficie de Proxima Centauri b. Pueden apreciarse los tres soles, Proxima Centauri el más grande y alrededor del cual rota el planeta cada 11 días, y la pareja de Alpha Centauri A y B mucho más lejanos y por lo tanto menos brillantes, aunque en la práctica son más o menos del tamaño de nuestro Sol. Desconocemos que nos espera realmente en semejante mundo. Fuente.


 Muy bien, pongamos que quisiéramos viajar a Proxima Centauri b para ver si nos merece la pena aquirir un terreno y construirnos una casa allí. 

 La sonda espacial más rápida que hemos lanzado hasta ahora, la Voyager 1, viaja a una velocidad de 61.200 kilómetros por hora. Hace tiempo que dejó atrás al planeta más exterior y en 2012 fue el primer objeto construido por el ser humano en adentrarse en el espacio interestelar, entrando en la zona de choque entre el campo magnético del Sol y los feroces vientos de radiación que soplan entre las estrellas. Pues bien, suponiendo que la Voyager 1 fuera dirigida a Proxima Centauri b, tardaría en llegar unos 72.000 años, año arriba año abajo. 



  La sonda Voyager 1 durante su paso sobre los anillos de Saturno, uno de los momentos más épicos de su viaje. Fuente.



 Queda claro que tenemos que fabricar naves más rápidas, pero... ¿cómo? A fin de cuentas la Voyager 1 contó con la brutal asistencia gravitacional que le proporcionaron los planetas gigantes Júpiter y Saturno. Por si el lector se pregunta qué es eso de la asistencia gravitacional, se trata de una técnica que emplean los ingenieros espaciales para acelerar naves sin gastar combustible, haciéndolas caer hacia el pozo gravitacional de un planeta desde detrás en relación a su movimiento de traslación y robándole parte de su energía para ganarla como aceleración, lo cual también se conoce como efecto honda (un planeta es tan grande respecto a nada de lo que podamos construir, que ni nota la pérdida). De algún modo, es como si consiguiéramos que el planeta tirara de la nave. Si se hace al revés, es decir, si se cae en el pozo gravitacional por delante del movimiento de traslación del planeta, la nave espacial podría decelerar también sin gastar combustible, en este caso cediéndole parte de su energía al planeta. En las siguientes imágenes animadas se ilustra perfectamente esta técnica:

 El sistema de coordenadas (abajo a la derecha) muestra la velocidad de la nave (la pequeña pelota azul), la línea recta roja más delgada muestra la velocidad constante de la nave si no se utilizara la asistencia gravitacional o "efecto honda". Como se aprecia, se logra una aceleración muy interesante. Fuente.

 Si quisiera frenarse en lugar de acelerarse, la nave debería de pasar delante del planeta. Fuente.




 Si bien la asistencia gravitatoria es sin duda útil y sobre todo barata, no nos basta. Si queremos que nos resulte factible viajar a las estrellas necesitamos algo más potente. Antes de entrar en la ciencia ficción, veamos que es lo que podríamos hacer con la tecnología de la que actualmente disponemos.

 En la segunda mitad del siglo pasado, se puso sobre la mesa lo que vino a llamarse "Proyecto Orión". Se trataba de probar un modo un tanto radical de acelerar a una nave interestelar: la propulsión nuclear de pulso. Tras este nombre tan elegante se esconde en realidad un concepto un tanto burdo: impulsar a una nave espacial por medio de explosiones nucleares. Del mismo modo que uno propulsa una canoa a base de golpes de remo, la nave se aceleraría gracias a la detonación de sucesivas bombas nucleares (sí, muy sutil). En concreto la deflagración se produciría en una placa impulsora, que como su nombre indica canalizaría el impulso de la bola de fuego nuclear y a la vez contaría con una serie de potentes blindajes a fin de intentar garantizar su durabilidad. Colindantes con la placa impulsora, habría una serie de componentes encargados de absorver el impacto de la explosión y minimizar los daños estructurales en el resto de la nave. Podría canalizarse la violencia de los impulsos mediante el tamaño de las bombas, para lo cual habría que alcanzar un óptimo entre la violencia de la explosión, la frecuencia de cada una y el impulso conseguido. Lo que sí que está claro es que la tripulación humana, de haberla, se vería sometida a unas aceleraciones terribles de hasta 100 G, es decir, cien veces la gravedad que soportamos sobre la superficie de la Tierra. Habría por lo tanto que diseñar mecanismos que les ayudaran a soportar tan brutal aceleración, o eso o sustituirles por insensibles robots.


 Esquema de una nave básica del Proyecto Orión. De izquierda a derecha tenemos la placa de impulso, los mecanismos de absorción del impacto, el depósito de combustible (en la práctica un arsenal nuclear), y finalmente la sección de carga, donde se alojarían los tripulantes junto con el resto del material necesario para el largo viaje. Fuente.

 
 Detalles de la placa impulsora. El pequeño tuvo de la parte de abajo canalizaría el impulso del fuego nuclear hacia afuera, propulsando la nave, mientras que alrededor se colocarían deflectores y escudos para proteger toda la estructura y arriba, justo debajo de la zona de carga, una serie de complejos tubos se encargarían de absorver lo peor del impacto para que la nave no resultase dañada. Fuente.

 Por razones obvias, la nave debería de construirse en el espacio, empezando su andadura lo más lejos posible de la Tierra para que no nos afectase toda la estela de residuos radioactivos que iría dejando detrás.  

 Una nave avanzada del Proyecto Orión podría alcanzar Proxima Centauri b en unos 133 años, un tiempo que ya nos empieza a resultar más razonable, aunque todavía muy largo. Conocemos la tecnología necesaria para montarla, aunque sería cara, del orden de varias decenas o incluso cientos de millones de euros dependiendo del tamaño de la nave, y plantearía una serie de retos formidables a los ingenieros, tanto en el montaje como en la selección de materiales a usar. 

Una nave del Proyecto Orión acelerando cerca de un planeta gigante. Podría combinar la asistencia gravitacional con su propia propulsión nuclear de pulso. Fuente.


 El Proyecto Orión no salió adelante no solo por sus elevados costes y lo complejo de su diseño, sino principalmente por lo polémico que resulta detonar armas nucleares en el espacio exterior, lo cual de hecho ha sido prohibido por la legislación internacional.  

 La otra propuesta de nave interesetelar teniendo en cuenta la tecnología actual, sería una nave impulsada por velas solares. 

 Igual que las velas de los barcos aprovechan el viento para impulsarlos, una nave espacial con una vela solar aprovecharía los fotones emitidos por el Sol. Si el propio Sol no fuera suficiente, podríamos ayudar a la vela solar por medio de potentes láseres instalados en la Tierra (algo así como si sopláramos en las velas de un barco para impulsarlo). De momento la única misión que ha empleado esta tecnología ha sido la IKAROS, una sonda japonesa lanzada en 2010 que se impulsó hasta Venus valiéndose principalmente de una vela solar de 20 metros de extensión. 

Representación artística de IKAROS pasando cerca de Venus. Fuente.


 Una vela solar plantea ventajas obvias, como es el hecho de ahorrarse el peso de cargar el motor junto con su combustible. Si decidiéramos emplear un láser además del Sol, podríamos decir que nos estaríamos dejando el motor en tierra (para más información véase este enlace). Cuanto más lejos quisiéramos ir, más grande debería de ser la vela, la cual se aceleraría gracias a su estrella y / o planeta de origen, y luego deceleraría asistida por la estrella de destino y / o sus propios sistemas auxiliares (o no deceleraría). 

 Según algunas estimaciones un poco locas, una vela solar del tamaño suficiente (¿cientos de metros? ¿kilómetros?) y ayudada por poderosos lásers instalados en la Tierra, podría llevarnos a Proxima Centauri b en unos 40 años de tiempo de viaje, moviéndose la nave a un 21% de la velocidad de la luz (oséase, unos 63.000 km/s), e incluso nos abriría la puerta a destinos más distantes (más adelante veremos las peliagudas consecuencias de viajar tan rápido). Personalmente me parece que es una estimación muy optimista para este tipo de tecnología, pero... ¿quién sabe?

 Una vez más el despliegue de ingeniería y la inversión necesaria son enormes, pero si se pone empeño suficiente podría conseguirse, y a fin de cuentas estamos ante un método mucho más elegante que impusarse mediante salvajes detonaciones nucleares.

Nave propulsada por una vela solar empujada desde un láser terrestre. Fuente.


 Le recomiendo al lector una muy interesante novela de ciencia ficción en la cual, entre otras muchas cosas, se hace uso de este sistema de propulsión: la Paja en el Ojo de Dios.

 Hasta aquí lo que podemos hacer con la tecnología y recursos actuales. De aquí en adelante, nos permitiremos soñar.

 Actualmente, en el sur de Francia, se está desarrollando un proyecto denominado ITER, que pretende dominar la fusión nuclear. Hasta ahora lo único que sabemos hacer con los átomos para obtener energía es fisionarlos, es decir, romperlos en pedazos. Eso es lo que hacemos en nuestros polémicos y peligrosos reactores nucleares de fisión. No obstante, si en vez de eso conseguimos fusionar átomos, podríamos obtener muchísima más energía, y encima sin molestos residuos radioactivos. Esto es lo que lleva haciendo nuestro Sol desde que empezó a brillar, fusionar átomos de hidrógeno obteniendo helio junto con la energía que calienta a nuestro planeta en el proceso. Lo mismo se ha conseguido en la Tierra por medio de explosiones termonucleares así como durante muy poco tiempo y de modo muy costoso en los reactores experimentales de fusión nuclear existentes hoy en día. La novedad de ITER será la de intentar generar mediante la fusión nuclear más energía que la invertida para iniciarla. Si eso se consigue, podremos decirle adiós a los combustibles fósiles y a la fisión nuclear para siempre. Y no solo eso, un motor de fusión nuclear sería la elección perfecta para impulsar a una nave interestelar; increíblemente poderoso, no genera residuos peligrosos, su combustible sería el hidrógeno que es un elemento relativamente fácil de obtener por ejemplo a partir del agua.

 En base a esta idea a finales de los años setenta nació el Proyecto Daedalus, de la mano de la British Interplanetary Society. El objetivo era alcanzar la Estrella de Barnard, que dista 5,9 años luz de nosotros y que hoy sospechamos que podría tener planetas girando a su alrededor. Y la clave era conseguirlo en el lapso de una vida humana.

 A fin de lograrlo, se pensó en diseñar una nave interestelar movida por un motor de fusión nuclear de pulso, alimentado por cartuchos de deuterio  y helio - 3 que se fusionarían en sucesivas ráfagas, utilizándose para ello láseres de alta energía o chorros de electrones para encenderlos, algo así como una traca de pequeñas explosiones termonucleares que de algún modo nos recuerda al Proyecto Orion. Dado que ningún material podría aguantar las terribles temperaturas de varios millones de grados generadas  por la fusión nuclear (similares a las del interior de una estrella), se requeriría de un potente campo magnético que funcionase de tobera y dirigiese la furia de la explosión en el sentido opuesto a la nave, impulsando a esta gracias a la Tercera Ley de Newton o Principio de Acción - Reacción (que dice así: con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria, lo cual quiere decir que las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en sentido opuesto; gracias a ello podemos lanzar cohetes al espacio, impulsar naves con explosiones nucleares o tirar al suelo de un empujón a alguien que nos esté molestando, entre otras muchas cosas).

 Daedalus  se construiría en órbita terrestre y contaría con una masa inicial de alrededor de 54.000 toneladas métricas (cerca de 20 veces el peso del Saturno V, el cohete que envío al ser humano a la Luna). Este peso incluiría 50.000 toneladas de combustible, así como 500 toneladas de instrumentos científicos. Debido al extremo rango de temperaturas a soportar, es probable que la estructura se fabricase a base de berilio, un elemento extremadamente resistente.
 

 La nave se dividiría en dos etapas. La primera operaría durante unos dos años, permitiendo alcanzar un 7,1% de la velocidad de la luz. La segunda etapa, más pequeña y por lo tanto más fácil de acelerar, funcionaría a lo largo de 1,8 años y permitiría alcanzar un 12% de la velocidad de la luz, lo cual es una salvajada, en concreto 36.000 kilómetros por segundo (a esta velocidad podrías viajar de Madrid a Nueva York en aproximadamente una décima de segundo). 

 
 Visión artística del desacople de la segunda fase de la Daedalus en medio del espacio interestelar. Fuente.


 Durante los 46 años siguientes la nave se mantedría a la velocidad alcanzada, en la denominada fase de crucero. 

 Daedalus cuenta con un escudo en su parte frontal, para protegerse de todo aquello que se cruce en su camino. Cuando viajas en coche, un mosquito chocando contra tu parabrisas no supone un gran problema (excepto si eres el mosquito). Pero si tú o el mosquito os moviérais a un 12% de la velocidad de la luz, la energía cinética liberada en el impacto sería brutalmente destructiva. También se pensó en incluir robots encargados de reparar los daños causados por micrometeoritos o dañinas partículas de alta energía.

Plano de la Daedalus. De izquierda a derecha puede verse la tobera, la cámara de reacción junto a los mecanismo de ignición de las balas de combustible, los enormes tanques de almacenaje de dicho combustible (los grandes correspondientes a la primera fase y los pequeños a la segunda), y finalmente la plataforma donde irían almacenados todos los instrumentos científicos del viaje así como la tripulación, ya fuera robótica y/o humana, protegidos por un escudo frontal para tratar de minimizar el daño de los impactos de todo aquello que se encontrasen por el camino. Fuente.


 Llegados a este punto, hay dos importantes problemas a tener en cuenta. 

 El primero de ellos, es que sería dificil para los hipotéticos pasajeros humanos sobrevivir a las terribles aceleraciones sufridas en la primera fase de viaje (más allá del peso adicional del soporte vital necesario para ellos). Por eso en el Proyecto Daedalus original la tripulación se componía de sondas robóticas, que ni sufren ni padecen. 

 El segundo es que no quedaría combustible para frenar. Estamos acostumbrados a que en la Tierra los objetos en movimiento se frenen solos debido al rozamiento del aire, del agua, del terreno, de una pared de ladrillos, etc. Pero en el espacio no hay nada que te pare, un movimiento una vez iniciado continúa por siempre. Así que los supuestos pasajeros, ya fueran robóticos o desquiciados humanos suicidas, deberían de desplegarse por libre gracias a sus propios sistemas de propulsión rumbo al planeta de la Estrella de Barnard que quisiesen investigar (si es que hay alguno), retransmitiendo la información a la nave, la cual a su vez la enviaría a la Tierra. Tras esto, su misión habría concluido, y sucumbirían perdiéndose para siempre en los confines del cosmos, un final no muy alegre.

 Sacrificando la aceleración inicial y alargando considerablemente el tiempo de viaje, una variante avanzada de Daedalus debería de ser capaz de contar con el combustible necesario para decelerar (concretamente el doble) y llegar pacíficamente a su destino. Los hipotéticos humanos que fueran a bordo, o bien hibernarían durante las décadas o incluso los siglos necesarios, o bien se trataría de una nave multigeneracional. Claro que nacer en semejantes condiciones solo para servir de relevo generacional no tiene que sentarle muy bien a nadie (respecto de este punto, recomiendo la siguiente novela de ciencia ficción: Non Stop).

 Daedalus es imposible de construir con la tecnología actual, pero de aquí a cincuenta años bien podría ser una opción viable.

 
La Daedalus en su primera fase de aceleración. Fuente.


 Y para terminar, hablemos de ciencia ficción pura y dura, de proyectos que ahora mismo nos parecen fruto del delirio pero que quién sabe, tal vez dentro de cientos o miles de años sean realizables.

  En los años sesenta del siglo pasado, el físico y soñador Robert W. Bussard diseñó un prototipo de nave interestelar que terminó llevando su nombre: Bussard Ramjet. Se trataría nada más y nada menos que de fabricar un colector tan increíblemente enorme que permitiera a la nave recoger el hidrógeno esparcido por el espacio interestelar, utilizándolo como combustible a fin de impulsarse mediante reacciones de fusión nuclear de modo similar a como veíamos en el Proyecto Daedalus. 

 Lo que sucede es que en el espacio interestelar solo contamos con unos pocos átomos de hidrógeno por metro cúbico, con lo cual el colector debería de medir decenas... de miles de... kilómetros. Sí, quizá el presupuesto de algo así se nos fuera un poco de las manos.  

 Para evitar de que el hidrógeno recolectado se apelotonase y frenase a sí mismo, efecto bautizado como "paracaídas Bussard", unas rejillas láser deberían de ionizarlo, para que después un campo magnético lo canalizase hasta el motor. Este sistema de red láser más campo magnético reduciría el coste y el tamaño del colector, aunque seguiríamos hablando de una estructura de kilómetros de extensión. En el motor, el hidrógeno sería fusionado y el helio resultante sería lanzado en dirección opuesta a la nave casi a la velocidad de la luz (recuerden el principio de acción-reacción). 

 Planos preliminares del proyecto Bussard Ramjet, no están a escala. De derecha a izquierda, los cables de la red de campo magnético (no mostrada al extenderse a lo largo de varios kilómetros), la cabeza del colector, el precompresor, el distribuidor de potencia, la antena de comunicaciones, la larga zona habitable con forma de cápsula, el compresor, los mecanismos de ignición y finalmente el escudo para canalizar la fusión nuclear (que debería de ayudarse de campos magnéticos para resistir el calor del fuego nuclear).  Fuente.
 


 Una nave así no solo no tendría que cargar con combustible, sino que contaría con un suministro virtualmente infinito del mismo, tanto como encontrase en el espacio interestelar. Al igual que las ballenas azules cuando se alimentan de kril en el océano, el Bussard Ramjet sería más o menos eficaz según la riqueza en hidrógeno interestelar de las zonas de la galaxia por las cuales viajase, lo cual podría afectar a las rutas que trazase, del mismo modo que nuestros aviones no siempre siguen el camino más corto, sino que con frecuencia definen su plan de vuelo tomando en cuenta las corrientes de aire, las tormentas, etc. Fuese como fuese, se ha calculado que el Bussard Ramjet podría alcanzar sin problemas un 20% de la velocidad de la luz. Valiéndonos de la teoría de la relatividad general, según la cual el tiempo transcurre más despacio para un viajero que acelera a velocidades próximas a las de la luz a la vez que las distancias a recorrer se acortan para él, se podría circunavegar buena parte del universo conocido en el lapso de una vida humana. Eso sí, no habría hogar al que regresar, puesto que la misma teoría de la relatividad haría que en la Tierra el tiempo hubiera transcurrido muchísimo más deprisa, pasando miles e incluso millones de años, con lo cual quizá ni siquiera encontrásemos un planeta al que volver. Así lo establece la inflexible teoría de la relatividad especial, que nos explica el canal QuantumFracture en este increíble vídeo.

 Siguiendo con la nave Bussard Ramjet, presenta otra gran ventaja, y es que podría intervir el proceso de recolección de hidrógeno del campo magnético y convertirlo en un mecanismo de frenado, como veíamos con el efecto del paracaídas Bussard. 

 Si el lector tiene conocimientos matemáticos, puede averiguar más sobre la física detrás del Bussard Ramjet pinchando en este enlace.


Una nave Bussard Ramjet en pleno vuelo interestelar, según el artista Adrian Mann (sin referencias encontradas...). Una tecnología que tal vez tengan nuestros lejanos descendientes, si la humanidad consigue sobrevivir a sí misma. Fuente.


 Y terminemos este extraño capítulo haciendo un poco de trampa. 

 Diversas obras de ciencia ficción, en especial Star Trek, popularizaron los motores de curvatura espacio-temporal, también llamados "Motores Warp". La idea es distorsionar el espacio-tiempo a tu alrededor, logrando crear una especie de burbuja de curvatura que te impulsase a través del mismo. Las distorsiones generadas serían de expansión detrás de la burbuja (alejándola del origen) y de contracción delante de la burbuja (acercándola al destino). La burbuja de curvatura se situaría en una de las distorsiones del espacio-tiempo, sobre la cual una nave espacial podría cabalgar de manera análoga a como los surfistas lo hacen sobre una ola de mar.

 Una nave con Motor Warp se movería dentro de una burbuja, expandiendo el espacio-tiempo detrás y contrayéndolo delante. Fuente.
 
  Con una curvatura suficiente incluso podríamos "colarnos entre las piernas" de la teoría de la relatividad especial y rebasar la velocidad de la luz, aunque según algunos autores la energía necesaria para ello sería superior a la disponible en todo el universo conocido, con lo cual no sería algo muy practicable que digamos. Además, movernos más rápido que la luz en un universo con una estructura espacio-temporal como la del nuestro nos llevaría a paradojas tan peliagudas como viajar atrás en el tiempo... Si el lector desea enfrentarse a los desafíos que impone para la mente humana la teoría de la relatividad (especial y general) del señor Albert Einstein, puede pinchar en este enlace y acceder a un maravilloso y entretenido video de ciencia éxpres cortesía también del canal QuantumFracture.

 Lo desconcertante es que una nave impulsada por un Motor Warp realmente no se movería, sino que permanecería estacionaria mientras que sería el propio espacio-tiempo el que se moviera a su alrededor, con lo cual la tripulación no se vería afectada por grandes aceleraciones o desaceleraciones ni existiría un transcurrir del tiempo diferente, es decir, no sufriría el efecto de la dilatación temporal propio de la relatividad especial (como en el caso del Daedalus o el Bussard Ramjet), al no estar desplazándose a velocidades próximas a las de la luz.

 Por el momento, las leyes físicas conocidas no parecen impedir el desarrollo de naves con Motores Warp, aunque la energía y tecnologías propias para curvar el espacio-tiempo es algo que de momento se escapa a nuestra imaginación. El lector puede informarse sobre las investigaciones actualmente en curso sobre estas cuestiones pinchando en este enlace al blog Astrobitácora

 Un caso aún más extremo, por si el lector no hubiera tenido ya suficiente, sería el de directamente buscar un atajo en el propio espacio-tiempo, o bien mediante un agujero de gusano que lo atraviese como si fuera una especie de túnel de metro (algo que se ha mostrado en muchas películas), o bien colándose en dimensiones superiores para buscar una ruta más corta o incluso instantánea, lo que se conoce en ciencia ficción como salto hiperespacial.

  Muy en teoría se podrían usar mini agujeros negros para crear agujeros de gusano, aunque parece que no sería posible mantener el túnel estable al intentar pasar a través de él, al menos no con nuestros conocimientos actuales acerca de cómo funcionan las leyes físicas de nuestro universo.

 
 Representación esquemática de un agujero de gusano. En teoría cualquier objeto que intentase pasar por la garganta del agujero lo desestabilizaría y lo haría colapsar. Fuente.

 
Nave viajando a través de un agujero de gusano, en el caso de que estuvieramos equivocados y fuera posible. Fuente.

 
  En fin, hemos llegado lejos con nuestra imaginación, desde impulsar naves a base de detonaciones nucleares a directamente jugársela al mismísimo espacio tiempo. ¿Que le deparará el futuro a la humanidad? 

 Sea cual sea el camino que escojamos, las estrellas están a nuestro alcance, solo hay que ser osados e ir a por ellas.